La caja,

por Candela Martínez Catalán (2ºA).

Sabía que esas podrían ser sus últimas palabras, su última sonrisa, pero aún así, sin ni siquiera fuerza para sostener el libro, insistió en contarnos una de esas historias que tanto nos gustaban. Ya no quedaban esperanzas, en tiempos de guerra era imposible acceder a los fármacos que podrían ayudarla, ya que había días que no alcanzábamos ni para comer. Tampoco existía la posibilidad de que la visitara un médico, ya que los hospitales estaban saturados por los numerosos heridos que llegaban día a día desangrándose porque les había caído una bomba. Hacía meses que no recibíamos noticias de mi padre, que con el alma rota se fue pensando que dejaba a su mujer enferma y a sus jóvenes hijas solas. -¡Mamá cuéntanos la historia de la cajita de música!- Dijo mi hermana Ana. Cuidadosamente mamá dejó el libro sobre la mesita, junto a los paños de agua fría y comenzó a relatarnos aquella bonita historia que tuvo lugar en un caluroso día de primavera de los años treinta. El abuelo y la abuela se conocieron cuando tenían dieciséis años, ambos vivían en un pequeño pueblo de Castilla la Mancha, él era un joven pastor que no había tenido la posibilidad de asistir a la escuela, ya que su familia era muy pobre y desde muy pequeño lo necesitaron para que se encargara del ganado; mientras que la abuela era una bella muchacha hija de un terrateniente. Una mañana que la abuela había discutido con su padre por no dejarla ir a tomar el té a casa de su amiga, salió corriendo hacia una hermosa pradera, donde tropezó con una piedra y se torció el tobillo. En ese mismo prado se encontraba el abuelo, que estaba echando una siesta mientras las cabras pastaban. Cuando él la oyó gritar fue corriendo a socorrerla y en ese mismo momento comenzó a llover, pues se acercaba una buena tormenta. El abuelo llevó a cuestas a la abuela a un refugio de montaña y allí pasaron la noche. Desde aquel día no pudieron separarse y aunque los padres de la abuela no aceptaban su relación, el amor triunfó finalmente. Un año más tarde el abuelo le pidió matrimonio a la abuela, pero este no tenía suficiente dinero para comprar un anillo. Un día que un chatarrero pasaba por el pueblo se encontró con el abuelo y le mostró lo que tenía. Entre restos de vajillas, cristalería y unas monedas antiguas se hallaba una antigua caja de música, que aunque nadie lo sabía, perteneció a un zar ruso. Esta era de bronce y en su interior se encontraba una hermosa bailarina que danzaba al son de una bellísima melodía. El abuelo gastó todos sus ahorros en aquella cajita y con ella le pidió matrimonio a la abuela. Juntos se escaparon y formaron una familia. Un golpe de tos interrumpió el relato y Laura, mi hermana mayor exclamó: -Mamá creo que ya es suficiente por hoy, te dejaremos descansar- Todas le dimos un beso y salimos de la habitación. Nuestra madre nos había contado muchas veces esa historia, pero nunca había mencionado que la caja de música antes había pertenecido a un zar ruso. En ese instante caí, tal vez aún pudiésemos salvar a nuestra madre, pero tendríamos que darnos prisa ya que el tiempo corría en en nuestra contra. Les conté la idea a mis hermanas y corriendo fuimos al desván, donde se encontraba la caja de recuerdos de mamá, allí estaba, una vieja caja de música que aparentemente no tenía valor, pero que si encontrábamos algún documento que verificase que hace muchos años perteneció a un zar, podría costar lo suficiente para comprar esas caras medicinas a nuestra madre. Esa noche la pasamos buscando en todos los libros de historia cualquier cosa que relacionase a la pequeña caja con el zar ruso. Tras varias horas de búsqueda al fin encontramos un artículo de un periódico que decía que la caja pertenecía al zar de Rusia llamado Nicolás II. A la mañana siguiente nos levantamos a las siete y aprovechando que ese día afortunadamente había tregua, fuimos a un anticuario con la caja y el artículo del periódico. Una vez allí el dependiente comprobó que no era una copia y nos ofreció una gran suma de dinero con la que pudimos comprar los fármacos y asegurarnos la subsistencia para los siguientes meses. Finalmente mamá se curó y recibimos cartas de papá diciendo que regresaría a final de año y así toda esta pesadilla terminó; todo gracias a la pequeña caja que entrelazó el amor del abuelo y la abuela y que hizo que el amor de nuestra familia permaneciese unido durante muchos años más.

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